La Santa Reliquia

Cuando en el lago de Maracaibo empezaron a esbozar- se las poblaciones que los conquistadores españoles fundaron en sus costas, Gibraltar, en la costa sur, las su- peró a todas porque era un lugar donde la abundancia de los ríos y corrientes de agua que bajaban de la cordillera de los Andes hacían fértiles sus tierras, en las que se fun- daron haciendas de cacao, caña de azúcar, maíz, plátanos y toda clase de granos, a la vez que la cría de ganado ma- yor permitía preparar cantidades de tasajo que se vendía a los habitantes de los pueblos del lago y del interior y se exportaba por veleros a ultramar. Estas haciendas te- nían como peones a los aborígenes sometidos a encomien- das establecidas por las leyes de Indias, de lo cual obtenían ventaja preferentemente los encomenderos, quienes usa- ban los indios en beneficio propio y vendiéndolos como es- clavos a los otros hacendados, que los obligaban a traba- jar continuamente, a lo que no se acostumbraban, ya que su vida había sido siempre de completa libertad, sin suje- ción a ningún trabajo continuado. Los encomenderos los perseguían en sus escondrijos, entre los ríos, caños y la- gunas que rodeaban el lago, haciéndolos cautivos y lle- vándolos a los lugares donde se necesitaban sus servicios, estableciéndose una lucha entre el peonaje y los hacenda- dos, teniendo ésta a veces consecuencias desastrosas. Eran muchos los caseríos indígenas establecidos en las costas del lago y ríos adyacentes con diferentes tribus, y varias de éstas, como la de los quiriquiris, contaban gran número de habitantes fuertes y aguerridos, dispuestos siempre a defender su libertad enfrentándose a los españoles, pero éstos continuaban haciendo prisioneros para llevarlos a las haciendas como peones, de manera que la población indígena de Gibraltar superaba en mucho a la de origen europeo, y advertida esta situación por los indios, planearon y llevaron a efecto la destrucción de lafloreciente población de Gibraltar. El 20 de julio del año 1600, los indios de las haciendas unidos a los de las tribus quiriquiris, aliles, encales y otras Sarcialidades menores, en las primeras horas de la noche llegaron por las orillas del lago a la población de Gibraltar, en ciento cuarenta canoas, conteniendo alrededor de qui- nientos guerreros y asaltaron al pueblo matando a los ha- bitantes que encontraban, quienes sorprendidos por el inesperado ataque y dándose cuenta de que la defensa era imposible por la cantidad de los atacantes huyeron a los montes con sus familias, pues los que dieron el frente per- dieron vida y hacienda, ya que los asaltantes, además de matar a los habitantes, saqueaban las casas y las incen- diaban, no dejando nada en pie. El templo era de techo pajizo y fue incendiado por sus cuatro costados, y cuenta la tradición que los indios flechaban a los santos, entre los cuales figuraba un crucifijo de gran tamaño cuya cruz estaba incendiándose y una vez quemada ésta el Cristo quedó en pie en el aire; visto esto por los indios que estaban en el templo, despavoridos lo abandonaron, lo que hizo que los invasores huyeran precipitadamente en sus canoas, llevándose el fruto de sus rapiñas. El Cristo del Milagro, como se le empezó a llamar, ennegrecido por el fuego y quedando marcado su cuerpo por los flechazos recibidos, fue trasladado a Maracaibo y colocado en la iglesia de San Sebastián, hoy catedral de Maracaibo, con el propósito de enviarlo otra vez a Gibraltar cuando fuera erigido de nuevo el templo. Un tiempo después, ya recons truidos la población de Gibraltar y su templo, sus habitantes reclamaron a los de Maracaibo la devolución del Cristo del Milagro, a lo cual se negaron los de Maracaibo, dando como única razón que su devoción había crecido tanto que el pueblo no quería deshacerse de la imagen. Los de Gibraltar pedían insistentemente la devolución de su Cristo y los de Maracaibo insistían en su negativa; estas recla- maciones y negativas llegaron a convertirse en litigio y las autoridades eclesiásticas de ambas poblaciones convinieron en someterse a la decisión final del Consejo de Indias de Sevilla, a donde fue remitido el expediente levantado, y cada población nombró representantes para defender su causa ante el nombrado ConseJo de Indias de Sevilla; éste, luego de estudiar el expediente, decidió dejar la solución al propio Cristo, ordenando fuera puesto en un barco de vela sin tripulación en el centro del lago cuando estuviese soplando viento favorable a Gibraltar, y el lugar a donde se dirigiese la nave sería el propietario de la imagen. '-' Los litigantes aceptaron la decisión del supremo orga- nismo creado para resolver los problemas que se presen- taran en el continente americano y en un día señalado, ante una gran concurrencia que llenaba las orillas del lago, las autoridades hicieron colocar una balandra que contenía el Cristo del Milagro, en el centro del lago, entre las puntas de Santa Lucía y Camacho, y ordenaron que los tripulantes abandonaran la nave después de izar las velas dejándola al garete; en un principio la balandra llevada por el viento tomó camino hacia Gibraltar, poco después el viento se fue quedando hasta convertirse en calma chicha, y el velero, llevado por la corriente, acercóse hacia las costas de Ma- racaibo hasta regresar al punto de partida, lo que celebró jubilosamente el público asistente, tomando el regreso co- mo decisión del Cristo de quedarse en Maracaibo. Este crucifijo de la leyenda fue colocado a la veneración de los fieles en la iglesia matriz de Maracaibo con el nom- bre de Santa Reliquia. Su devoción y fama de milagroso traspasaron las fronteras de la Capitanía General de Ve- nezuela; de Bogotá y de México llegaron peregrinaciones ante el Cristo del Milagro de Gibraltar, como se le decía en ese tiempo, y un obispo de Santa Fe de Bogotá, viajando con destino a Roma en visita a su santidad, al pasar el velero que lo conducía por el golfo de Venezuela corrió un temporal tan fuerte que tuvo que llegar en arribada (or- zosa a Maracaibo; en el momento del peligro el señor obispo ofreció al Cristo de Maracaibo hacerle un altar y propagar su devoción en la Catedral de Bogotá pero cuando arribó a España había muerto el obispo de Sevilla y el Santo Padre nombró al recién llegado obispo de Bogotá para sus- tituir al fallecido obispo de Sevilla. Con el nombramiento aludido la promesa hecha por el señor obispo al Cristo de Maracaibo fue cumplida en la Catedral de Sevilla, donde existe en el primer altar de la entrada, a la derecha, un cuadro al óleo que copia al Cristo de Maracaibo. En Sevilla, cuando alguien muere, los fami- liares del fallecido siguen la costumbre de ofrecerle una misa al Cristo de Maracaibo en sufragio del alma del ex- tinto, a las ocho días de su fallecimiento.

La Santa Reliquia

 

La Santa Reliquia de Maracaibo fue durante muchos años la gran devoción de la ciudad; siendo cura propio de la iglesia matriz el Pbro. doctor Castor Silva, quien sirviera ese curato entre los años 1867 y 1898, treinta y un años, se hacía una fiesta solemne a la Santa Reliquia el día Viernes de Dolores de cada año; luego el Pbro. doctor Olegario Villalobos continuó la costumbre establecida, la cual ha seguido hasta hoy, pero el entusiasmo por las fies- tas ha decaído en la actualidad. El Cristo del Milagro de Gibraltar se venera hoy en la santa iglesia Catedral de Maracaibo; ocupa el último altar de la nave izquierda con el nombre de Santa Reliquia; se muestra ennegrecido por las llamas del incendio y tiene en su cuerpo las marcas de los flechazos de los indios y es el mismo que se usa el viernes santo para la ceremonia del Lígnum Crucis. Cuando se está hablando de que el cuadro de la reno- vación de la venerada imagen de Nuestra Señora del Ro- sario de Chiquinquirá sea el primero que pase el puente sobre el lago el día de su inauguración, pudiera pensarse que junto con la Santísima Virgen de Chiquinquirá pasara también la Santa Reliquia, porque ambas devociones son la esencia pura del lago convertida en perfume de fe del pasado y presente del Zulia, porque la Santa Reliquia pro- duce el milagro en la costa sur y la Virgen de Chiquinquirá hace su aparición en la garganta de la guitarra lacustre, son, pues, dos efectos milagrosos que obran de un extremo a otro del gran lago, y si esto se llevara a efecto, en el momento de la bendición, pasaría la respectiva procesión rodeada por nieblas de incienso producidas por la evapo- ración del sol sobre la superficie de las aguas que se ele- varían al cielo como una oblación de la región zuliana a la Divinidad, en el día de la unión de las dos bandas del lago más hermoso, de América del Sur.

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